jueves, 31 de mayo de 2012

Boom, anticuerpos dinamita

Hacía exactamente una semana desde que había sido demolido el edificio de en frente de mi casa, que solía contemplar cada mañana desde mi cama a través de la ventana. Solía quedarme unos minutos en la cama, medio consciente de la realidad y medio dormida en un sueño, y mientras, observaba como día tras día aquel bloque de pisos, semejante a un torreón de nichos, se iba deteriorando, y como alguna mañana aparecía un nuevo tatuaje en su fachada, obra de los artistas peores pagados de la calle. Sin embargo, aquella mañana sólo pude observar escombros en un intento de reunir la valentía para levantarme; presentía que no serían esos los últimos escombros de los que sería testigo, y no tenían porque ser escombros físicos, podían ser más abstractos, más psíquicos, fragmentos de los últimos valores de esta sudorosa sociedad, sucia, infectada de parásitos. No podía parar de pensar en ello, escombros y más escombros, vitales, causados por grietas de dolor y por la acción demoledora de los pisotones de las personas, sin mirar por donde caminan ni hacia donde van, y sin importarles a quienes tengan que pisar. No sólo en un cuerpo, un organismo vivo; sino también en la vida, en la sociedad, tienen lugar procesos de autoinmunidad, reaccionamos contra nosotros mismos y pretendemos autodestruirnos. ¿No querías un bombear en tu corazón?, ¿No despreciabas tú los latidos?

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