domingo, 3 de junio de 2012

Princesa de la muerte.

Soy la princesa de la muerte, pero no os equivoquéis, yo no soy la muerte. Ella siempre me ha dicho que soy bella, no sabe que paso horas arreglándome para ella, para superarla, con el impedimento de no reflejarme en los espejos. Os preguntaréis por qué alguien puede sentir aprecio por la muerte, pero yo no la aprecio, ni tampoco la amo, siento por ella un odio que traspasa tres mil infiernos y diez mil cielos, un odio tan inmenso que se convierte en una gran fuerza atractiva. Por eso me dice siempre que soy su favorita, ama el odio y el morbo de conocerme. Suelo caminar por las calles durante la noche dejando marcas de tacón que se clava como una perforadora en el asfalto. El viento, al igual que mi paso, le da vuelo a mi ropa, cierto desorden encantador, lo adora. Visto seda en negro, ajustada a mis curvas como una segunda piel; como una andante desnuda, me deslizo en el sentido del viento, cubierta de una túnica más ligera que el aire que roza mi piel, con cientos de rosas negras grabadas que se confunden en la espinosa noche. Por las tardes me siento en los portales de los edificios esperando a alguien que nunca vendrá, y siempre con un libro entre mis manos, es donde guardo todos mis secretos. Al llegar la noche muero, llega ella, mis músculos se tensan y las espinas de la noche se clavan en mi piel. Lloro, y mis lágrimas son ácido que perforan las hojas del libro, desintegran mis ropas, e incluso el asfalto; quedo desnuda hasta que mi uniforme de la noche se vuelve a regenerar alrededor de mi como humo negro espeso. Como un cisne negro mis movimientos son calculados, ordenados y cortantes al acercarme a ella; y mis brazos, cuchillos afilados que se abrazan a la muerte atravesándola. Mis labios no pueden besar, mi saliva es veneno; siento siempre el deseo de morderme los labios como un sustitutivo a labios ajenos. El sadismo es mi título de identidad, sólo la tortura, matar no es mi trabajo, todavía. Mis palabras son silencios que perforan el tiempo, tan suaves y tan destructores a la vez. Sacio mi sed con llantos que extraigo del pozo de ésta realidad y tan sólo me alimento de angustias ajenas; desayuno soledad, como hastío, meriendo sufrimiento y ceno insomnio y tristeza, siempre con desesperación como especia picante. Tras despedirse de mí en sangrantes deseos que no llegan a nada, la muerte se marcha con la soledad cogida de la mano para que no se pierda. Y yo, espero en la madrugada a un nuevo visitante que me traiga pasión raída y apolillada hasta desaparecer con el primer rayo de Sol. Son mis días oscuros, como mis ojos y mi cabello; son mis noches blancas como mi piel; y mi vida hace tiempo se tornó gris. Hecho de menos los colores del arcoiris, aunque por mis venas sólo circula el vacío y la oscuridad, y mi corazón sólo es un complemento de decoración entre mis costillas. Yo sólo soy la princesa de la muerte, y la reina... no hay reina.

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