martes, 21 de febrero de 2012

Cuando pase la tormenta

Dame sesenta segundos. Es todo lo que necesito para llegar hasta ti, pronunciar tu nombre en voz bajita y decirte que eres importante, que me haces falta, que te necesito; que vuelves dulce lo amargo y que cambias el color del día. ¡No hables! Déjame seguir, todavía me quedan cincuenta segundos para confesarte que eres como un disco rayado que da vueltas y mas vueltas, pero en cuya vieja canción todavía sigo oyendo notas nuevas; que en un momento te confundo con alguien que camina distraído por la calle o sonríe acercándose, pero tardo tan solo otro instante en dame cuenta de que esa sonrisa no era la tuya y que otra vez el subconsciente me juega una mala pasada. ¡Dichoso subconsciente! Desearía que no existiera. Aunque entonces no sabría apreciar la ocasión en la que la persona que se gira o camina hacia mi eres tú. ¡No me mires con esa cara de sorpresa! Si en realidad todas estas cosas ya las sabes, te las intento decir todos los días aunque a veces no me sale bien. En estos treinta y cinco segundos que me quedan aprovecho para contarte que muchas de las pequeñas cosas importantes en la vida- probablemente las menos valoradas- suceden en el mas breve periodo de tiempo; un solo segundo basta para que la primera gota de lluvia nos moje la cara, para quedarse dormido, reconocer la risa de un niño, el sonido de un beso o decir adiós, y mucho menos es necesario para tener un presentimiento, sacar una sonrisa y creer que cuando pase la tormenta, saldrá el sol.

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