lunes, 12 de marzo de 2012

Ojalá encuentres a alguien que te cuide y que te quiera, y si ese alguien tengo que ser yo, solo el tiempo lo dirá.

Ella se acostaba todos los días con la esperanza de que cuando se despertara hubiera pasado el tiempo de golpe y él estuviera allí, a su lado. Pero cuando despertaba sólo estaba ella, aunque por momentos podía saborear el dulce placer de tenerle, en sus sueños. Así pasaron días, meses… su vida. Aprendió a vivir con esa rutina de echarle de menos cada noche y aprendió a callar sus sentimientos porque era lo mejor para todos, o casi todos. Siguió sonriendo, porque él siempre seguía formando parte de su vida, por alguna extraña razón, ella también era importante para él. Consiguió calmar sus sentimientos, aunque nunca olvidarlos. Encontró un nuevo amor que acabó invadiendo sus sueños y no sólo eso, también estaba a su lado cuando despertaba. Tuvo una niña preciosa. Luna. Era feliz. Pero por suerte o por desgracia, los sueños no se pueden controlar y a veces él se colaba en alguno, como aquellas noches de incendio. Esa noche había soñado con el, se acordó de sus palabras, miró al padre de su hija. Él tenía razón, algún día se reiría recordando todo y se extrañaría de lo que vio en el. No, en eso no tenía razón. Siempre supo por qué se fijó en el. Aquella noche se acostó preguntándose si él se habría arrepentido de dejarla escapar. Nunca lo sabría o sí, quien sabe. Si dos personas tienen que estar juntas, el destino las acabará uniendo, antes o después. Pero ahora que él podía, ella ya no estaba. Ley de vida. Él se acordó de sus palabras. Ojalá hubiera sido tan fácil como poder cambiar las leyes de vida aquel día, cuando eran unos niños. Pero nadie dijo que la vida fuera fácil, solo dijeron que merecería la pena vivirla. Y así fue. Mereció la pena haberse conocido.

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