miércoles, 28 de marzo de 2012

Rara vez ocurre lo que anticipamos, suele ocurrir lo que menos esperamos

¿Sabéis lo que voy a hacer? Sonreír. Sí, sonreír. Cuando me preguntéis si estoy bien,
os diré: “claro, ¿por qué no iba a estarlo?”. Y os conformaréis con esa respuesta, porque
realmente no os interesa, pero os veis obligados a preguntar. Durante todo el día seguiré
sonriendo y os seguiré las bromas, cuando me digáis que él o ella está mal fingiré que me
da igual, me reiré con lo que digáis. Pero cualquiera que me conozca bien, o que se dedique a observarme, se dará cuenta que esa “felicidad” es totalmente falsa. Que mis sonrisas
están tensas y no encajan del todo bien. Sin embargo, yo seguiré fingiendo que estoy
genial, y luego, por la noche, cuando llegue a casa y nadie me vea, me permitiré el lujo
de derrumbarme. Pero todos tenemos debilidades, y en este caso son las lágrimas. Lágrimas que decidí que no iba a arrojar, pero en un momento u otro lo haces, porque la presión es demasiada.

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